Las partituras de , los recuerdos de un revolucionario del tango que hizo de la emoción su bandera, una orquesta de cámara, dieciséis músicos, fagots, clarinetes, cellos y otros muchos instrumentos pero ningún eco de bandoneón. A este precipicio se asomó el argentino para descubrir no tan solo que no sentía vértigo, sino que sabía volar. Desplegar sus alas y contemplar desde la altura la obra del gran maestro. Elevarse para quedar completamente liberado de las tentaciones de la mimética y poder sumergirse en el misterio, la fuerza y la sensualidad de la y aliviado de lastres. es el punto de partida, el genial punto de partida, pero, en el caso de , no es él el destino final. Fijarlo es responsabilidad única del propio que aquí reinventa desde la devoción para disfrute y aplauso de quien en algo aprecie la obra original del autor de los temas incluidos en este disco. En las adaptaciones de los acentos están desplazados, las melodías reformadas y las armonías rehechas. Solo el dogmatismo, el fundamentalismo intransigente puede impedirnos ver que la incursión de este joven porteño afincado en Holanda en el universo creativo de no tiene nada de herejía y sí mucho de belleza e inspiración. Pocas sorpresas de este calibre nos ha entregado el tango en los últimos tiempos.
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