Estamos solos, en casa, en la fábrica de la luz, en el metro, en la calle y en el teatro de variedades. Entre la oscuridad y brondosidades la soledad campea, avanza por caminos de carro y autopistas. Llega de las estrellas lejanas, de otras soledades. Soledad cultivada ascéticamente, islas familiares, tribus de diferentes sistemas solares. Queremos saber si hay vida inteligente en nuestro interior y la respuesta, hasta este momento, no se puede asegurar nada.
El CON.SOL (Congreso de los Solitarios) se propone como una substancia ideal para el síndrome de abstinencia de las consciencias en edad de crecer y almas dolidas o con las defensas emocionales bajas, así como para intelectos demasiado puntiagudos. Especialmente recomendado para bailadores impenitentes, tecnoadictos e interrogadores del futuro. Una flecha señala la dirección correcta. Yo la he visto fosforear contra la noche en medio de un estallido desfermado. Y allá están representadas todas las figuras de la condición humana, confrontando su soledad individual con el Gran Libro del Destino de la Especie el cual, si no estás preparado para interpretarlo, no ves más que páginas en blanco.
El principio, pero, aconteció más o menos así:
Un buen día, una niña de siete años, de una ciudad industrial cerca del mar, recibió en su apartado de correos una postal colorida con un paisaje urbano bien vivo. El remitente era una pajarito que se reclamaba amigo su amigo, enviándole recuerdos de una pato amarillo que se ve que también conocía a la niña. Le decía que había pasado sobre su balcón y había visto una jaula colgada con dos compañeros del pajarito; y le pedía que se compadeciera de ellos y los aliberara para que se pudieran reunir todos y piar juntos y comer gusanitos y semillas y beber agua del estanque.
La niña, que era muy buena, al leer la postal se le enterneció el cor y pensó que el pajarito tenía razón, y toda emocionada salió al balcón y abrió la puertecita de la jaula. Los pajaritos arrancaron a volar, con un golpe de alas muy alegre y musical hacia el cielo azul y luminoso de mediodía hacia una nueva vida.
Con ellos se llevaron la soledad para instalarse en la parte más alta de una chimenea abandonada, desde donde siguieron cantando siempre que veían salir el sol. En el crepúsculo de la tarde se encontraron con el pajarito amigo de la niña para ir a visitar el pato amarillo, que también vivía en un parque muy verde y con mucha agua y que, al verles llegar, aplaudía ruidosamente alzando el pico como si quisiera tragarse el infinito entero de un trago.
Y de esta manera fueron felices “a la nera, nera, amb besses i anissos”.
Pues sí, nosotros también correremos de la soledad gloriosa al sendero espiritual. Del crimen pasional a la beatitud, de las felicitaciones a los engaños más sonados. Solamente acompañados. Acompañadamente solos. O con la Escolanía de la Cuadratura del Círculo.