La carrera musical en solitario de Quimi Portet –que con “Viatge a Montserrat” llega a su séptima entrega– se ha caracterizado por la imprevisibilidad, la versatilidad y la boutade lírica. Portet ha sabido alternar canciones alocadas y desternillantes con la nostalgia sentimental de “Cançoner electromagnètic”, que en “Viatge a Montserrat” retoma a medias el discurso de un disco que apareció hace ya una década, casi al mismo tiempo que “L’hora
del pati”, penúltimo disco de Adrià Puntí, cantautor perdido a quien Portet dedica este último álbum. Las nuevas catorce canciones del ex El Último de la fila se alejan del minimalismo acústico de “Matem els dimarts i els divendres” (Música Global, 07), ya desde el pirógeno tema instrumental inicial, “Música per a cremar autobusos”.
El músico se siente más cómodo con líneas de bajo sugerentes, percusiones correctas y guitarras casi bailables que refrescan puntualmente la voz oscura, que en este caso explora las particularidades de las excursionistas de muslos celestiales (“Excursionista”), cierto bucolismo que enmascara una feroz crítica al teatro (“Pasturarem entre els lliris”), las posibilidades fornicatorias de un polideportivo (“Si plou, ho farem al pavelló”), la serenidad de las marededéus y la espiritualidad de Montserrat con más mala leche, más desengaño y menos broma fácil que en anteriores álbumes.