No hace demasiado, un grupo de astrónomos descubrió una enana roja, un exoplaneta a unos cuatro años luz del Sistema Solar en el que, al parecer, se dan las condiciones necesarias para pensar en la posibilidad de vida; la mitad de su superficie está iluminada, mientras que la otra permanece en la oscuridad. Los investigadores lo bautizaron como Próxima B. El regreso de Júlia porta el mismo nombre con justicia, en tanto en cuanto ambos comparten el esqueleto fundamental de su condición: la esperanza de que alberguen vida en su interior. El segundo disco de Júlia es el de la reubicación en la forma, no en el fondo. Continuando la línea del sorprendente dream pop de Nuvolàstic (Malatesta Records, 2015), el grupo se ha replegado sobre sí mismo y ha encontrado su forma natural en un dúo que, coyunturalmente, adopta la forma de trío. Estela Tormo y Lídia Vila son el núcleo perfecto de Júlia; su propuesta, que se propone -con éxito- construir con exuberancia desde la austeridad, no necesita nada más.
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