El ballet es un arte gráfico; blanco y negro, trazos recortados en el espacio del escenario
por las siluetas afiladas de los cuerpos; poses, figuras y gestos enigmáticos desapareciendo y
reapareciendo.... Traslademos esta idea al teclado del piano; cisnes blancos y negros; siete
Odiles y cinco Odettes en el estrecho escenario de la octava. Las pirouettes y fouettes de los
dedos, el port de bras de ambas manos, las hábiles variaciones y los maravillosos saltos, una
mano sobre la otra, que cruzan todo el teclado... Aquí, ante mis ojos, aparece una singular
película de archivo de 1927: las manos de Sergei Prokófiev ejecutando un vertiginoso ballet
mudo sobre el teclado. De forma danzante, con elocuencia y ductilidad física, el compositor
recorre la música del final de la Sonata para piano nº 4 con la infalibilidad de un sonámbulo, de
un hombre poseído.
Ahora multipliquemos esta impresión por dos. ¡Y aquí está! Toda una red de manos bailando,
deslizándose, entrelazándose, saltando y corriendo; dedos congelados como galgos listos para
la carrera. Rebote ágil de piano a piano, algo así como el exquisito juego de tenis en la última
obra maestra de ballet de Debussy, Jeux, o su suite para dos pianos En blanc et noir. El blanco y
el negro, el sol y la sombra - ballet en blanco y negro. Las gráficas Metamorphoses de Escher y,
a su vez, sus manos autodibujadas...
El aéreo pas de deux de dos instrumentos aparentemente torpes. El dúo de pianos no es la
simple suma mecánica de dos instrumentos idénticos o de construcción muy similar; es un nuevo
instrumento en sí mismo, un conjunto de dos personas parecido a un centauro, dos pianos de
cola, cuatro manos, 176 teclas, veinte dedos; acústica danzante, agregados tonales complejos y
en constante cambio.
DRAGOMIR YÓSSIFOV