Cuando en 2005 un cáncer se llevó a Antonio Núñez el , con su vida se fue también un pedacito importante del alma del flamenco. Un alma que se va desgajando y llora su condición de huérfana cada vez que una figura de la importancia y la envergadura artística de la del llama a las puertas de ese panteón de gloria en el que reposan los grandes del cante que nos han ido dejado. Jerezano de nacimiento, sevillano de adopción y vocación y licenciado desde niño en esa cátedra flamenca que fueron los tablaos antiguos de la Alameda de Hércules y el platillo para recoger unas monedas en agradecimiento al cante bien templado. De la nada a la gloria y al reconocimiento en forma de casi todos los galardones a los que un cantaor puede aspirar, incluyendo el segundo que se otorgó. Así fue la carrera de un maestro entre maestros que definió, con su vida y con su obra, el significado exacto del término flamenco. . Sin florituras ni alardes de más pero con toda la pasión y la fuerza que el flamenco ha de poseer para ser digno de llamarse así, lo hizo todo y todo lo hizo bien. Los tarantos los dignificó como pocos, las seguiriyas las bordó, del martinete hizo poesía y los fandangos...los fandangos simplemente los cantó como nadie lo ha hecho.