En la audición de “Trazos” nos encontramos con una prodigiosa voz que es un chorro de potencia y frescura, transmitiéndonos la energía y grandeza del flamenco clásico con otras canciones de diferentes géneros, que también se vuelven flamencas en la fascinante ejecución de María José Pérez. Su carrera se ha ido fraguando con los años, desde su Almería natal a la Granada universitaria, pasando por Jerez y Sevilla, todo un recorrido emocional en el esfuerzo por encontrar un camino que, por otro lado, ha sido reconocido ya con los máximos laureles del cante flamenco.
El encuentro con José Quevedo “Bolita” es como un binomio perfecto que se materializa en este registro sonoro. El guitarrista jerezano es uno de los músicos más interesantes y creativos que gozamos en Andalucía, traspasando el tradicional papel de acompañante para convertirse en parte activa del trabajo final. Dos talentos en armonía que junto a los otros músicos han logrado culminar, sin complejos, una experiencia de sorprendente musicalidad y belleza.
La capacidad de comunicar de esta cantaora no pasará desapercibida, este valor es el que distingue a los artistas únicos. “Trazos” es la consecuencia de su propia búsqueda, ofreciéndonos otros caminos que sólo pueden transitar quienes saben cautivar nuestras emociones. Parafraseando con los títulos de su Bulería y Alegría, la voz de María José Pérez es transparente y limpia como la luz del agua. Ildefonso Vergara.
Existe un acto creador en la palabra, que se hace supremo con la música. La voz es el camino y el instrumento que lo convoca y lo hace libre. Paladeamos con María José Pérez un brote de sonido luminoso y claro, que mide y templa el tiempo y el timbre. Limpieza y quejío, lamento y chispa, tercios recogidos y lanzados, respirados y abiertos, articulados y en rubato, habitan diez cantes de un repertorio valiente, mecido entre los palos al modo clásico (levante, bulería, granaína, alegrías, bulería por soleá), acaso con letras renovadas, hasta el juego rítmico de la nana por zambra, la arquitectura armónica de la farruca y las sevillanas, el regusto nostálgico del bolero y, al fin, la eclosión de contrastes, la grandiosa proyección de una “Vida loca”. Recortando y mandando, el instrumento mágico del alma dibuja melodías, se arriesga a volar sobre los tonos; María José acaricia los tercios con la sensibilidad cristalina y sabia de la voz domada, y se arranca la piel con el grito imposible. Cristina Cruces Roldán.