La equidistancia perfecta entre las formas propias de la canción de autor y las de esa electrónica delicada y de ascendente pop tan bien cultivada por sellos como . Ésa era la posición que parecía querer ocupar el barcelonés David Pérez Barrachina cuando hace ya casi dos años irrumpía en una escena catalana que todavía estaba lejos de mostrar la vitalidad y los excedentes de calidad que hoy atesora. Advertía en entrevistas previas a la edición de que no tenía intención de repetir fórmulas a la hora de confeccionar su segundo trabajo. Y aseguraba que se sentía atraído por la idea de dotar de mayor organicidad al sonido de sus nuevas canciones y quizás soltar parte del lastre electrónico que protagonizaba el armazón instrumental de los temas incluidos en su puesta de largo. Y así ha sido. Sin llegar a reinventarse, sí se ha redescubierto. En un proceso al que, probablemente, no es ajeno la presencia en funciones de productor de , sobradamente familiarizado con la música del barcelonés por llevar tiempo actuando de lugarteniente a la guitarra de en sus actuaciones en directo. La presencia del lenguaje electrónico se ha matizado que no diluido- y ahora samplers y beats enlatados de modestas proporciones ya no llevan con la nitidez con que lo hacían las riendas del sonido de las canciones de . Pero no todo son vientos de cambio, por supuesto. La propuesta de no ha perdido sus trazos distintivos. Ahí siguen unos remarcables textos en catalán, ligeramente ácidos, irónicos, recorridos por un hálito poético no exento de un poso de melancolía. Ahí la misma voluntad de actualizar la figura del cantautor por la vía de barnizarla con los colores de lo contemporáneo. Rasgos con los que ha acertado a construir un universo lírico y musical de arquitectura personalísima en la que adentrarse resulta todo un placer.